Cuando pensamos en transformación digital, es común que la conversación se centre en tecnologías de punta como la inteligencia artificial (IA), la automatización o el Big data. Pero en un artículo que publiqué en Diario La República titulado “Una tecnología más disruptiva que la IA”, propuse una analogía provocadora: antes de los algoritmos, existió una tecnología que transformó radicalmente a la humanidad… el fuego.

La historia del fuego no es solo una anécdota prehistórica. Es un ejemplo perfecto para entender los ciclos de disrupción tecnológica y cómo nos relacionamos con ellos. El fuego permitió extender las jornadas laborales, mejorar la nutrición y posibilitar el desarrollo cognitivo. Nos ayudó a crear sociedades más complejas, sentando las bases para la economía moderna. Sin embargo, aunque está presente en nuestras vidas, muy pocos sabríamos encender una llama desde cero. Lo mismo ocurre con la IA: está en todas partes, pero la mayoría no sabe realmente cómo funciona.

Este paralelismo nos ofrece una reflexión crucial para el momento actual de la transformación digital: la verdadera disrupción no está solo en la tecnología en sí, sino en cómo la integramos estratégicamente en nuestras actividades, empresas y sociedades.

La IA generativa, como ChatGPT, se popularizó en solo cinco días, rompiendo récords históricos de adopción. En comparación, la electricidad tardó 46 años en alcanzar un millón de usuarios. Esta velocidad genera ansiedad y, como en todas las revoluciones tecnológicas, el miedo a la pérdida de empleos y al reemplazo humano vuelve a ser protagonista.

Pero la historia del fuego nos enseña algo clave: no se trata solo de adoptar la tecnología, sino de hacerlo con ética, estrategia e inteligencia competitiva. Si no aprendemos a dominarla —como hicimos lentamente con el fuego— corremos el riesgo de que su poder nos sobrepase.

En el mundo de los negocios B2B, donde las automatizaciones de marketing, la innovación y el marketing estratégico son esenciales para mantener la competitividad, la IA representa una oportunidad enorme… si se implementa con propósito. Desde mejorar la segmentación de audiencias hasta personalizar el recorrido del cliente, los beneficios son tangibles. Pero también debemos invertir en formación, en capacidades digitales, y en una cultura empresarial abierta al cambio.

La transformación digital no es solo digitalizar procesos: es una evolución cultural y estratégica, que implica entender qué herramientas usar, para qué y cómo integrarlas a nuestra organización. Y sobre todo, hacerlo de forma consciente, evitando caer en modas sin dirección.

Como decía en el artículo original, tal vez la IA, al exigirnos pensar mejor nuestros “Prompts”, nos enseñe también a comunicarnos mejor con las personas. Esa sí sería una verdadera transformación.